Tercer Domingo de Cuaresma/C.
El Señor quiere nuestra conversión.
Las desgracias de las que habla la liturgia son acontecimientos: recuerdan el deber de la conversión, con sus frutos correspondientes.
Dios nos concede a cada uno de nosotros, como a la higuera de la parábola evangélica, un tiempo para que no sigamos posponiendo la oportunidad de un cambio en nuestra vida.
Encomendamos a todos los fieles y devotos a la protección del Arcángel e imploramos al Señor que conceda a cada uno la gracia de un corazón nuevo y la purificación de todo pecado.
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