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Anclado a Jesús Eucaristía

Fuente y cumbre de nuestra Esperanza en medio de las aguas turbulentas de nuestra existencia, Cristo es nuestra ancla de salvación. Si nos alimentamos de su Cuerpo, de su Pan, también nosotros seremos pan para la humanidad.

La imagen del ancla es sugerente para comprender la estabilidad y seguridad que, en medio de las vicisitudes de la vida, poseemos si nos confiamos al Señor Jesús. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia que nos permite vivir en Cristo y nos ayuda a vencer el pecado, el miedo y la muerte.

Esta esperanza, mucho mayor que las satisfacciones de cada día y las mejoras en las condiciones de vida, nos transporta más allá de las pruebas y nos impulsa a caminar sin perder de vista la grandeza de la meta a la que estamos llamados, el Cielo.

En el camino de este Jubileo, volvamos a la Sagrada Escritura y escuchemos estas palabras que se nos dirigen: «Los que nos hemos refugiado en él tenemos un gran consuelo para aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece. Porque en ella tenemos un ancla segura y firme para el alma, que penetra incluso más allá del velo del santuario, donde Jesús entró como precursor por nosotros» (Hb 6,18-20).

Es una fuerte invitación a no perder nunca la esperanza que se nos ha dado y a aferrarnos a ella, encontrando refugio en Dios.

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